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Mundo libelista - Libelista propone

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Me gustan aquellos escritores que no conciben su narrativa como un ejercicio de lacrimógena autojustificación por existir, perros tristones dedicados a lamerse las heridas utilizando para ello a algunos personajes o a alter egos como parapetos literarios para preguntarse qué maldición bíblica les ha caído encima para que la vida les trate tan mal. Aleksandr Solzhenitsyn es uno de los escritores que mejor representa la antítesis del aserto anterior porque tuvo que escoger el camino de la elevación espiritual como la única raison d´etre para transitar por un tiempo convulso (ese atroz siglo XX lleno de guerras mundiales) y un país (Unión Soviética) gobernado por autócratas comunistas despiadados que trataron a muchos de sus ciudadanos como a verdaderos delincuentes, privándoles de la más elemental libertad. Si no se hubiera elevado espiritualmente tras tanta desgracia padecida, no habría llegado hasta los noventa años de vida.

Actualmente, Solzhenitsyn es un escritor apenas conocido para las nuevas generaciones. En la década de los setenta, era un escritor top, admirado y leído en países como Estados Unidos, Francia o Reino Unido. Un fenómeno parecido al K.O. Knausgard de la actualidad. Tengo la sensación de que en España no lo lee (ni lo conoce) casi nadie y es una verdadera lástima porque es un escritor que, al menos, reúne dos libros que son verdaderas obras maestras cuya lectura es más necesaria que nunca en este tedioso momento histórico de consumismo enfermizo y amistades virtuales que no soportan ni la más mínima prueba del algodón. El más conocido de los dos libros son los tres volúmenes de Archipiélago Gulag, un ensayo de investigación literaria (la definición es del propio Solzhenitsyn) sobre cómo nació y se extendió, cual metástasis cancerígena, la red de campos de trabajos forzados a lo largo de toda la vasta extensión geográfica de la Unión Soviética dando lugar a uno de los mayores genocidios del siglo pasado. Archipiélago Gulag es un libro nada complaciente de más de 2.000 páginas, no apto para estómagos sensibles, en el que Solzhenitsyn basándose en su triste peripecia personal (le cayeron diez años de campos por criticar a Stalin cuando se carteaba con un amigo del bachillerato) y en una miscelánea de géneros original y alimenticia (ensayo histórico, autobiografía, recopilación epistolar de testimonios anónimos que sufrieron el Gulag) denuncia con saña el sistema de campos de trabajo con conocimiento de causa y asestando un golpe mortal de efecto retardado al comunismo soviético. Aún pasarían más de veinte años hasta que todo el entramado soviético cayese derribado como un castillo de naipes. Por esta magna y honesta obra le concedieron el premio Nobel en el lejano 1970 (no pudo ir a recogerlo) y el mundo occidental descubrió como el comunismo fue capaz de engendrar ese monstruo llamado Gulag del que apenas se tenían testimonios fidedignos hasta esa fecha a pesar de que fuera un longevo sistema penitenciario creado por imperativo del propio Lenin. Tras su publicación en Occidente, Solzhenitsyn y todos los que le ayudaron en el libro (amigos que le prestaban sus casas, mecanógrafas, etc.) fueron perseguidos y represaliados por el temible KGB hasta que el Politburó soviético expulsó a Solzhenitsyn del país en 1974 pidiendo éste asilo, primero, en Suiza y, más tarde, en Estados Unidos, donde vivió plácidamente en Vermont hasta la disolución de la URSS.

Si Archipiélago Gulag son tres tomos de más de 2.000 páginas, Un día en la vida de Iván Denísovich, la otra obra maestra de Solzhenitsyn, es una liviana novela de 200 páginas que narra la historia de un zek (un preso del Gulag) durante un día cualquiera de su cautiverio. En pleno deshielo soviético, Tvardovski, el editor de Novy Mir, revista literaria soviética, consigue la proeza de convencer al propio Jruschov para que publique la primera novela que recrea las condiciones de vida de un zek durante el Gulag estalinista. La novela, pese a una fuerte oposición política interna, fue publicada en 1962 y su éxito inmediato. Solzhenitsyn, un total desconocido en los cenáculos literarios, pudo dedicarse a tiempo completo a la literatura y su obra desde entonces hasta su expulsión de la URSS fue fecunda (aunque no pudiera publicar todo lo que escribía porque tras el deshielo jruschoviano se impuso el estalinismo brezhneviano). Escribió otras novelas muy notables como El primer círculo (narra su experiencia personal en una “sharashka”, laboratorios científicos donde presos cualificados trabajaban de forma gratuita para el sistema comunista) o Pabellón de cáncer (otra novela autobiográfica que ficciona su estancia en un hospital donde se le extirpa un tumor cancerígeno).

Considero que Solzhenitsyn no sólo debería de pasar a la historia por haber sido el mejor escritor ruso de la segunda mitad de siglo XX; sino que, al igual que Tolstoi, fue un hombre de letras que no sólo quiso escribir buenos libros sino que también quiso dejar un legado imperecedero a través de su ejemplo personal. Ambos tuvieron una juventud donde sembraron discordia y envanecimiento allí por donde pasaban pero ambos también tuvieron el coraje de llevar a cabo un brutal ejercicio de introspección para cambiar un rumbo vital equivocado, expiar pecados y predicar desde entonces  “la religión de las buenas acciones”.

Otro aspecto poco conocido de la obra de Solzhenitsyn es su teoría sobre la autolimitación que preconiza un estilo de vida austero en detrimento de un consumo de bienes materiales desaforado y, simultáneamente, pone total énfasis en el crecimiento espiritual para ser mejores personas que las generaciones precedentes. En cierta forma, fue un hippy ruso, involuntario precursor del verano del amor del 68. Es indudable que su teoría está muy ligada a los valores cristianos ortodoxos y tradicionalistas inherentes de la Rusia rural que fervorosamente difundió a partir de su caída del caballo espiritual.

Si Solzhenitsyn optó por el camino de la redención espiritual tras su experiencia en los campos de trabajos forzados y bendijo esa experiencia porque le permitió hacer un examen de conciencia total para constatar lo equivocada que había sido su vida anterior; Shalámov, otro de los escritores soviéticos que padeció el Gulag en las minas de oro de la remota Kolimá (peor destino que el Ekibastuz kazajo de Solzhenitsyn), tiene una opinión totalmente diferente sobre lo que significó su paso por el campo. Para Shalámov, “las circunstancias del campo no permiten que las personas sigan siendo personas. Todos los sentimientos humanos -el amor, la amistad, la envidia, la compasión, la caridad, la ambición, la honestidad- nos abandonaron junto con la carne de nuestros músculos (pág. 664, Tomo II de Archipiélago Gulag). Dos formas de vivir una experiencia traumática sin parangón. Ambas moralmente aceptables. ¿Quién puede decir lo contrario? Porque en nuestros mullidos sofás y con la nevera siempre llena, se debería de hacer un obligado ejercicio de imaginación para poder atisbar el sufrimiento que tanto Solzhenitsyn como Shalámov tuvieron que soportar durante un tiempo nada desdeñable de sus vidas. Escritores en ciernes sin alimento intelectual (no existían los libros en los campos) y cuya máxima aspiración era llegar vivo al final del día con sus míseras raciones de escudillas de sopa aguda y mendrugos de pan negro. Muchas de nuestras preocupaciones diarias son irrisorias cuando las comparamos con las que tuvieron que padecer los zeks soviéticos. Por ello, leamos a Solzhenitsyn con el alma rebosante de piedad hacia el prójimo porque es un honesto bote salvavidas al que asirse cuando, egoístamente, creemos que nuestra vida sólo es una avenida pavimentada de sufrimiento. Y no es verdad. Lean Archipiélago Gulag y comprobarán lo equivocados que están.

Nota del autor: Stalin es una palabra rusa que significa “hombre de acero”. El título del artículo es un homenaje a la fuerza de espíritu demostrada por Solzhenitsyn, un verdadero Stalin.





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