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Una botella en la taiga

Una botella en la taiga

Una botella en la taiga


Como tantas otras cosas, Una botella en la taiga (reconocido tributo al gran Kurosawa) tiene un padre y una madre. Su madre es la necesidad —esa ineluctable necesidad de expresión que, según los entendidos, constituye la matriz primera de la poesía; mientras que su padre es el deber —la obligación de restituir siquiera sea solo una ínfima parte del generoso caudal recibido con la herencia literaria, y a la que tanto debe su autor. (Con que un solo lector lograra extraer de esta botella algún remedio para su sed, la vanidad de su apertura encontraría quizás, con ello, alguna atenuante.) El libro se estructura a manera de un tríptico —Epitafios, Pasquines, Juramentos—, que acaso podría encontrar cierta correspondencia con los tres estadios del espíritu —el camello, el león y el niño— pautados en el primer discurso de Zaratustra. Así, Epitafios, a semejanza del camello nietzscheano, cargaría pacientemente sobre sus dóciles espaldas el mal, el dolor y la muerte del mundo. Pasquines, por su parte, como el león del profeta, cifraría el momento reactivo del no, de la rebelión del espíritu, de la quiebra furiosa de las cadenas que atenazan su libertad. Finalmente, Juramentos, al cabo de de la guerra y de la muerte, vendría a hermanarse con el niño de Nietzsche —epifanía del sí, plena afirmación de la vida—, que conjura con sus juegos luminosos la sagrada inocencia del devenir. Tal vez, después de todo, no resulte por completo azaroso que este libro se cierre, literalmente, con el documento de la santa inocencia de un niño. Y es que, como ya vieron los clásicos, practicada con alguna seriedad, la poesía nunca ha dejado de constituir un deporte de riesgo.

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Como tantas otras cosas, Una botella en la taiga (reconocido tributo al gran Kurosawa) tiene un padre y una madre. Su madre es la necesidad —esa ineluctable necesidad de expresión que, según los entendidos, constituye la matriz primera de la poesía; mientras que su padre es el deber —la obligación de restituir siquiera sea solo una ínfima parte del generoso caudal recibido con la herencia literaria, y a la que tanto debe su autor. (Con que un solo lector lograra extraer de esta botella algún remedio para su sed, la vanidad de su apertura encontraría quizás, con ello, alguna atenuante.) El libro se estructura a manera de un tríptico —Epitafios, Pasquines, Juramentos—, que acaso podría encontrar cierta correspondencia con los tres estadios del espíritu —el camello, el león y el niño— pautados en el primer discurso de Zaratustra. Así, Epitafios, a semejanza del camello nietzscheano, cargaría pacientemente sobre sus dóciles espaldas el mal, el dolor y la muerte del mundo. Pasquines, por su parte, como el león del profeta, cifraría el momento reactivo del no, de la rebelión del espíritu, de la quiebra furiosa de las cadenas que atenazan su libertad. Finalmente, Juramentos, al cabo de de la guerra y de la muerte, vendría a hermanarse con el niño de Nietzsche —epifanía del sí, plena afirmación de la vida—, que conjura con sus juegos luminosos la sagrada inocencia del devenir. Tal vez, después de todo, no resulte por completo azaroso que este libro se cierre, literalmente, con el documento de la santa inocencia de un niño. Y es que, como ya vieron los clásicos, practicada con alguna seriedad, la poesía nunca ha dejado de constituir un deporte de riesgo.

Datos del producto

Editorial: Editorial Niebla
ISBN: 9788494902451
Publicación: 03/2019
Formato: Rústica
Idioma: Español
Número de páginas: 82

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