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Por qué escribimos aquellos que nos dedicamos a escribir? Por qué escribir? La respuesta puede parecer fácil, incluso evidente, pero lo es realmente? Aquellos que provenimos de la rama de las humanidades tenemos la tendencia a no banalizar ninguno pregunta, a no tildar ninguno de absurda. Quizás porque preguntar está a la raíz de todo conocimiento. Sin pregunta, el conocimiento muere, y lo sabemos. Todos podríamos hacer el ejercicio de preguntarnos si nos preguntamos suficientes cosas durante nuestro día a día, y seguro que nos daríamos cuenta que recibimos muchas más respuestas que no preguntas nos formulamos; respuestas que quizás ni nos interesan, que ni nos van ni nos vienen, sin relevancia, bagatelas la inmensa mayoría, sencillamente porque no responden a ninguno de nuestras verdaderas inquietudes. Hay que hacernos las preguntas que nos interesan, por sencillas que parezcan, por obvia que se nos muestre su respuesta. Porque a menudo estas preguntas son las esenciales.



Descubrir

Ante estas dos preguntas: Por qué como? Por qué escribo? Un escritor podría emitir la misma respuesta: porque lo necesito, porque para mí es una necesidad vital. De acuerdo, pero a nadie se le escapa (y a los escritores tampoco) que en realidad y de facto no es así, que decir esto sería una mera falacia o un enaltecimiento innecesario de la literatura o un flirteo con nuestra vanidad. Aquello que realmente es vital, es comer, la mayoría de la gente sobrevive, en cambio, sin escribir. Y ve por dónde, resulta que la pregunta: por qué escribimos? Todo de una deja de ser tan fácil de responder. Acabamos de descubrir que el escritor necesita escribir, pero que no le va la vida en no hacerlo; no moriría, no dejaría de existir, no dejaría de estar en el mundo, y en cambio... ¿os imagináis, escritores, no poder escribir? ¿Sería terrible, verdad?



Descubrirse

Ya de muy pequeño descubrí en mí la afición y la habilidad por la invención o la farsa (quizás nos entenderemos mejor si os digo que era un empedernido trolero). Tendría que pasar mucho de tiempo para darme cuenta y entender que aquella actividad espontánea que tanto me divertía era el germen de mi posterior afición por la escritura. Crear historias. Usar el mundo real para construir una ficción que a la vez me permitiera entender el mundo real. Siempre he entendido escribir como el círculo perfecto, como la actividad que me permite penetrar al lugar o la dimensión de mí mismo desde donde puedo resolver las preguntas que me hago durante mi día a día; desde donde analizar las inquietudes que me persiguen desde que tengo uso de razón; desde donde puedo describir el aparente sin sentido de nuestro presente y nuestro pasado, y también, por desgracia, desde donde puedo mirar el futuro con la angustia de una esperanza exhausta.

Y después de confesar esto, todavía tiene sentido preguntarse, por qué escribir? Sí. Ahora todavía más que antes, porque me acabo de dar cuenta que una necesidad humana; una necesidad racional, casi adquiere el mismo estatus de privilegio en mi existencia que aquellas necesidades básicas y fundamentales que provienen de mi condición animal. Necesito alimentarme y dormir para no morir, necesito relacionarme, aparejarme, disfrutar, menearme, para tener una vida sana, y necesito hacer aquello que me satisface, me da placer, me aporta conocimiento, me comunica conmigo mismo, para sentirme vive. Puede parecer un recorrido lineal, de fuera ninguno adentro, pero no es así. También es un círculo, es un círculo que empieza en aquello que soy y acaba en aquel quién soy. Por qué escribimos aquellos que nos dedicamos a escribir? Unamuno lo expresó con una pregunta (cargada de afirmación) de gran belleza: “Contar la vida, ¿no hay un modo, y tal vez lo más profundo, de vivirla?". Otros lo expresan con frases que han acontecido tópicos: “Porque no sabría hacer otra cosa”. Javier Cercas, a su excepcional novela, "La velocidad de la luz", lo expresa con las siguientes palabras: “la gente padece o disfruta la realidad, pero no puede hacer nada como ella, mientras que el escritor sí puede, porque su oficio consiste el convertir la realidad en sentido, aunque ese sentido sea ilusorio; se dice, puede convertirla en belleza, y esa belleza o ese sentido es su escudo".



La Génesis

La mía primera novela, El futuro esperando, empieza con una breve pieza teatral en formato de monólogo donde el actor expresa un particular ensayo sobre la razón humana. Explica, en esencia, que si bien la razón aconteció inicialmente una herramienta muy valiosa por aquellos primeros homínidos que la desarrollaron, pronto se evidenció defectuosa, por el hecho de llevar asociado, de manera irrefutable, un componente inesperado y absolutamente inédito hasta entonces en la vida natural: la conciencia. Y con la conciencia, llegó el caos. De siempre y desde el principio, el ser humano se ha esforzado al explicarse a él mismo la realidad. La historia de la humanidad no es ni ha sido otra cosa, bajo mi modesto punto de vista, que un intento desesperado para explicar la realidad que nos rodea y que somos. Posiblemente, el lenguaje sea lo peor mediano que tenemos los humanos para comunicarnos, pero, a la vez, es el único que tenemos para explicar estas realidades. Por qué escribir? Ahora sí. Porque la conciencia nos obliga a hacerlo. Porque como humanos tenemos el acuciante e innata necesidad de entender y comprender. El escritor escribe para salvarse, esto es todo.



Por qué escribir?

Todos los que nos dedicamos a escribir por el motivo que acabo de exponer, todos aquellos que escribimos haciendo el esfuerzo de transmitir una verdad o realidad surgida del ejercicio pesado que supone mirar la vida para extraer una historia que a través del particular proceso creativo de cada cual acaba aconteciendo íntima y única, dejamos un rastro inequívoco de nosotros mismos en nuestra obra; construimos personajes que expresan aquello que pensamos o aquello que sentimos, o al contrario, quizás solo son un reflejo de aquello que querríamos ser o sabemos seguro que no seremos nunca; inventamos historias a través de las cuales poder explicar aquello que no entendemos, aquellas cosas que nos angustian, aquello que nos gustaría cambiar o aquello que querríamos que no se acabara nunca; podemos hacerlo siente más o menos fieles a la realidad o creando un mundo del todo imaginario; arriesgando más o menos, desnudándonos genes o del todo, pero inevitablemente, en todo proceso creativo, tiene que restar la esencia de aquello que hemos descubierto de nosotros mismos a partir de aquella introspección. Si no es así, de nada sirve escribir. Si entre las palabras de aquello que hemos escrito el lector no descubre la desazón, el entusiasmo y la pasión que sentimos en el momento de escribirlos, tan solo habremos conseguido salir bien en un ejercicio de estética lingüística; nuestra obra acontecerá un fraude.



Epílogo

Me considero un escritor que disfruta con desmesura la soledad que me reclama mi trabajo. Sumergido en las profundidades de mi imaginación y mi creatividad, el tiempo deja de existir mientras mis dedos teclean con avidez y mi mente se esfuerza al encontrar la palabra adecuada. Solo cuando acaba la jornada, siento que me falta el aliento, justo cuando salgo a la superficie y el tiempo vuelve a hacerse evidente. Y a pesar de esto, nunca he sentido la escritura como una evasión, sino y precisamente, como un vínculo con el mundo que me rodea. Y este epílogo puede ser literatura o realidad. Dejo la respuesta a manos de vuestro entendido parecer.





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